Y SONÓ LA JOTA EN LA KARAKORUM HIGHWAY...
Una vez más, y sin saber cuántas van, me despierto de nuevo sobresaltado. No sé si esta vez ha sido un volantazo, un bocinazo o la exclamación de angustia de alguno de mis compañeros. Y es que de nuevo nos encontramos en una de las carreteras más famosas e impresionantes del mundo: la denominada en inglés Karakoram Highway. Sinfonía de colores, de cláxones, de controles policiales, de gente por todas partes, o mejor dicho de hombres, puesto que es escasa la presencia de mujeres en estas zonas. Hace dos días que llegamos a Pakistán y sin lugar a dudas, ésta ha sido una de las cosas que más han impresionado a nuestro grupo; por mucho que se haya leído sobre el país, estas cosas no dejan de llamarnos la atención... Los primeros días de expedición siempre son iguales: trámites burocráticos, negociaciones con la agencia local, y sobre todo intentar hacerse con las costumbres locales lo antes posible, que en un país musulmán como Pakistán implica entre otras cosas no poder beber en las comidas más que cerveza sin alcohol o coca-cola. Aunque en esta ocasión la calurosa recepción con que nos ha obsequiado la Embajada de España en Islamabad ha hecho la cosa más llevadera y entre tortilla de patata, vino tinto y cerveza normal y corriente, se han cogido las fuerzas necesarias para afrontar el trago de la Karakorum con más entusiasmo. Recuerdo cuando hace diez años los miembros del Grupo Militar de Alta Montaña acometíamos esta carretera con la incertidumbre de cuántos días nos costaría por los corrimientos de tierras que nos habían avisado que encontraríamos. Ahora como veterano se ven las cosas de otra manera, pero no por ello dejan de sorprenderme; y en la mirada de los compañeros del Club Pirineista Mayencos, que nos acompañan en esta ocasión, leo muchas de aquellas sensaciones vividas con anterioridad. Apenas ha cambiado algo la fisonomía de esta arteria vital para este país y que le une con el gigante chino; sin embargo, por desgracia al paso por la zona de Bagram contemplamos con angustia las señas de identidad del terremoto que asoló esta zona hace unos meses: casas derruidas, tumbas, miradas vacías, algún que otro coche de organizaciones no gubernamentales, campos de refugiados...y creo vislumbrar también cierta resignación, el sentimiento de aquél acostumbrado a sobrevivir día tras día en esta inhóspita zona del planeta y a aceptar los avatares del destino. Pero hay otra cosa que nos sorprende y que no observamos hace diez años: son incontables el número de camiones que nos cruzamos cargados de madera , así como el de camiones chinos que cargados de mercancías de todo a cien nos cruzamos, y que nos indican las señas de identidad del comercio que caracteriza esta ruta. Sin embargo, el tránsito por la zona pastún o patán nos deparará una sorpresa de última hora, y es que la llegada a Chilas, punto intermedio del trayecto, entre las últimas luces del día, nos obliga a realizar escoltados por la policía los últimos kilómetros de la jornada. Cansancio y sobresalto se unen en el ambiente, lo que da pie a intentar relajar la tensión con alguna canción, y tras alguna melodía del país la jota del baturro de José María brota con todo su esplendor. Al día siguiente los huesos entumecidos sufrirán una nueva jornada de calvario y entre los estruendos del Indo alcanzáremos sin novedad el final de este viaje: Skardú.
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